Transgénicos. La esclavitud de la Tierra

Transgénicos. La esclavitud de la Tierra

Fecha de Publicación: 03/12/2009
Fuente: Adital
País/Región: Internacional



Desde mediados de los noventa y con la perspectiva de reducir la falta de alimentos a nivel mundial, de acuerdo a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, al 2015, los cultivos transgénicos poco a poco están ganando terreno.
El cultivo de transgénicos ha aumentado en los últimos años en nuestro país. Según el SAG, estos "Organismos Vegetales Vivos Modificados", alcanzaban en el período 2002-2003 11.269 hectáreas cultivadas. En el período 2008 la superficie cultivada de transgénicos alcanzó las 30.447 hectáreas. Claro que estamos lejos de países como Argentina, Estados Unidos, Canadá o Brasil, los cuales lideran la producción mundial en esta área, con plantaciones que alcanzan las 125 millones de hectáreas.
Trece millones de agricultores en 25 países, que cultivan principalmente maíz, soja y algodón, movilizan miles de millones de dólares incorporando o cambiando sus cultivos tradicionales por la oferta de utilizar semillas resistentes a herbicidas o a cierto tipo de plagas, los agricultores se transforman en clientes cautivos de MONSANTO, una transnacional que hasta ahora mantiene el 90% de mercado de los agro pesticidas y las semillas transgénicas. Por otra parte, al estar alterado el ADN de la semilla, no es posible seleccionar las variedades apropiadas para el siguiente período de siembra-cosecha, los agricultores deben comprar semillas para cada período.
En esta historia, los únicos que se han enriquecido son los comercializadores de semillas transgénicas, han lucrado con el hambre en el mundo, que de paso, no ha disminuido ni se vislumbra que vaya a terminar como consecuencia de esta apropiación indebida de las tierras y la biodiversidad de los países. Esta especialización de los cultivos, en los que miles de agricultores cambian sus cosechas de especies propias o ancestrales por soja o maíz, han provocado el desequilibrio de la naturaleza.
En la naturaleza una especie convive con otra, necesita del otro ser vivo para su existencia. lombrices, insectos, avecillas y otras se alimentan, viven, anidan y se reproducen en condiciones naturales, en torno a una planta, un árbol, una laguna, un río. La cosmovisión de nuestros antepasados nos señala la necesidad de respetar cada especie, porque somos, junto con ellas, parte integrante de la naturaleza. Al permitir los cultivos de estos organismos modificados, estamos alterando el ciclo vital de todos los seres vivos, tanto de nuestro entorno, como de todo el planeta. El agricultor que abandona los cultivos de especies nativas está pensando en su lucro inmediato, pues ni siquiera es permanente en el tiempo, la supuesta "bondad" económica que producen estos cultivos. Es más, en diversos países después de unos años, los agricultores han experimentado una disminución en la producción, por una parte, y la contaminación de especies de cultivos aledaños, por otra. Es decir, la modificación sin control de otros cultivos. Así, dependiente de comprar semillas resistentes a los herbicidas, se hace cautivo del monopolio que le vende semillas y herbicidas.
Seguramente alguien está ganando mucho con este desafío a la naturaleza. Pero no son los millones que en el mundo continúan liderando las estadísticas de hambre y pobreza, como tampoco lo son las especies únicas como las olivas azapeñas. ¿Dónde anidará el colibrí? ¿Dónde crecerán tranquilos juncos y totoras? ¿Quién guardará la semilla del maíz morado o colorado? Las peritas de pascua, los membrillos, la uva de Codpa, tal vez lleguen a ser historia.

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