El dilema del etanol

El dilema del etanol

Fecha de Publicación: 28/06/2009
Fuente: Diario La Primera
País/Región: Perú


Por Nelson Cruz Castillo - Colaborador

Nuestra producción de azúcar es deficitaria para enfocarla en etanol.
Hasta 1980 la balanza comercial del negocio del azúcar fue positiva y desde esa época las importaciones de azúcar son mayores que nuestras exportaciones; ello debido a la apertura del comercio exterior, a la desprotección irracional de la industria azucarera en comparación con los países desarrollados, a la política liberal, a la politización o apristizacion de muchos ingenios azucareros y a la desactivación deliberada, bajo el gobierno fujimorista, de las empresas azucareras para privatizarlas.
Actualmente, aún privatizándose casi todas las empresas azucareras, la producción de azúcar comercial no sobrepasa la producción de 1974; y por el contrario, va decreciendo, al extremo que el consumo per cápita de azúcar importado sigue creciendo llegando al 40% del total consumido. Además, pese a que las empresas azucareras buscan tener más área cosechada de caña de azúcar, su productividad no levantará debido a la ausencia de innovación tecnológica, inversión y planificación concertada con los integrantes de la empresa.
A pesar de este diagnóstico, el gobierno y el sector privado azucarero han puesto en marcha el desarrollo de la producción de Etanol, un biocombustible que, en teoría, contamina “menos” el medio ambiente.
No obstante, si bien recientes investigaciones han arrojado que con caña la reducción de emisiones es significativa, según el standard contemplado en el Protocolo de Kyoto, es verdad también que otros compuestos del biocombustible arrojarían emisiones de dióxido de carbono que, bajo ciertas condiciones de producción, sobrepasarían las de la gasolina.
Además, la producción de agroetanol propicia la transformación de suelos vírgenes, con pérdida de biodiversidad y enormes emisiones de gases de invernadero. A eso hay que añadir que los monocultivos intensivos propician erosión, contaminan aguas y disminuyen la productividad y estabilidad de ecosistemas. A ello se añade que la competencia por tierras cultivables aumentaría los precios de los alimentos, con lo que nuestra seguridad alimentaria se vería afectada.

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